Microrrelatos




El pozo

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo se alivian con el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
“Este es un mundo como otro cualquiera”, decía el mensaje.

Luis Mateo Díez (Los males menores. Alfaguara. Madrid. 1993)

Cuento de horror

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones.

Juan José Arreola (Confabulario)




La cucharada estrecha

Un fama descubrió que la virtud era un microbio redondo y lleno de patas. Instantáneamente dio a beber una gran cucharada de virtud a su suegra. El resultado fue horrible: esta señora renunció a sus comentarios mordaces, fundó un club para la protección de alpinistas extraviados, y en menos de dos meses se condujo de manera tan ejemplar que los defectos de su hija, hasta entonces inadvertidos, pasaron a primer plano con gran sobresalto y estupefacción del fama. No le quedó más remedio que dar una cucharada de virtud a su mujer, la cual lo abandonó esa misma noche por encontrarlo grosero, insignificante, y en todo diferente de los arquetipos morales que flotaban rutilando ante sus ojos.
El fama lo pensó largamente, y al final se tomó un frasco de virtud. Pero lo mismo sigue viviendo solo y triste. Cuando se cruza en la calle con su suegra o su mujer, ambos se saludan respetuosamente y desde lejos. No se atreven ni siquiera a hablarse, tanta es su respectiva perfección y el miedo que tienen de contaminarse.

Julio Cortázar. Historias de cronopios y de famas.




Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
Gabriel Jiménez Emán


Cerrar ventana

"...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida".
Gabriel García Márquez


El niño al que se le murió un amigo

Una mañana se levantó y se fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “El amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar”. El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio, y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándolo toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: “Qué tontos y pequeños son estos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: “Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.”

Ana María Matute (Los niños tontos. Destino. Barcelona. 1997)



El profesional del suicidio

El joven Ernesto, empuñando una pistola, se presentó en casa del hombre que le había arruinado: “No voy a matarle, Don Braulio”, dijo, “sino a suicidarme ante usted. Caiga mi sangre sobre su conciencia y lo que es peor, sobre su magnífica alfombra persa”.
Don Braulio le disuadió: buenos consejos y una sugerencia: “Si desea quitarse la vida, ¿por qué no lo hace en casa del odioso Cortés”.
Y le convenció con un cheque generoso: “Aunque no le conozca, la prensa buscará razones y arruinaremos su carrera”.
Pero el odioso Cortés le contrató para suicidarse en casa del pérfido Suárez, éste le pagó para hacerlo en la de su enemigo Ramírez y así sucesivamente.
Ernesto se retiró veinte suicidios después. “La bondad de los hombres me ha salvado”, solía decir.

Miguel Garrido Pérez


Arte

En medio de la plaza, el mago sacó de su cofre una cornucopia, tres ramas de abedul, cuatro alfombras voladoras, siete velos de Damasco y dijo tres palabras mágicas.
Con la primera, volaron alfombras y bostezos.
Con la segunda, los velos desaparecieron y oyó el ruido de los pasos de la gente yéndose.
Al pronunciar la tercera ocurrió el milagro: un espectador lo miró asombrado, aguantando la respiración con los ojos brillantes.

Pilar Gómez Esteban



Siempre hay una disculpa...

Me compré una barra de bar porque quería dejar de salir a beber por ahí. Nada más montarla, me puse a un lado de la barra y pedí una cerveza. Fui al otro lado y pregunté: “¿Con alcohol o sin alcohol?” Me cambié otra vez de sitio y contesté: “Con alcohol, imbécil.” “¡Imbécil será usted!”, me respondí. “A mí nadie me trata así”, contesté, “me voy a otro bar”. Al salir di un portazo. Allí quedó el otro con su mierda de negocio.

Jesús Alonso


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